15 de abril de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

ENTREGA 15/04/2020

Voy a contar aquí la historia de dos hermanos y de uno de sus parientes, gente simple que habían permanecido demasiado tiempo en la ciudad como para poder viajar normalmente y que no sabían dónde refugiarse. Tampoco tenían dinero como para ir muy lejos, de modo que adoptaron una resolución a primera vista desesperada, pero en realidad tan razonable que asombra que no hayan sido más los que siguieron su ejemplo en aquella época. No eran ricos, pero tampoco eran tan pobres que no pudieran hacerse de las pequeñas provisiones necesarias para salvar a la vez su vida y su alma. Viendo de qué modo terrible se desarrollaba la epidemia, resolvieron huir de cualquier manera.
Uno de ellos había sido soldado en las últimas guerras, y antes en los Países Bajos. Como no conocía otro oficio que el de las armas, y además una herida lo había vuelto incapaz de trabajar duro, se había empleado algún tiempo con un panadero de Wapping que hacía galleta marinera.
El hermano de este hombre también era marino. Había sido herido en una pierna -no sé de qué manera-, lo que le impedía hacerse a la mar, pero ganaba su vida con una fabricante de velámenes en Wapping o sus alrededores. Muy ahorrativo, había conservado algún dinero y era el más rico de los tres.
El tercero, carpintero de profesión, era un hombre hábil que no tenía otra fortuna que su caja de herramientas con la que podía ganarse la vida en cualquier lugar, salvo en una época como aquélla. Vivía cerca de Shadwell.
Los tres estaban radicados en el barrio de Stepney que, ya lo he dicho, fue el último atacado por la peste, al menos con violencia. Se quedaron allí hasta que la epidemia, que disminuía visiblemente en la parte oeste de la ciudad, se dirigió hacia el este, donde ellos vivían.
Si el lector me lo permite contaré a su debido tiempo la historia de estos hombres tan claramente como pueda, sin dar fe de todos los detalle ni responder de los errores Creo que esta historia puede resultar un buen ejemplo para todo hombre pobre, en el caso de que una calamidad pública como aquella reaparezca. Y si Dios, en su infinita misericordia, nos evita una prueba parecida, este relato podrá igualmente resultar útil de algún modo; sea como fuere, espero que nunca se diga que su relación no fue provechosa.
El preámbulo ya está hecho, pero antes de seguir con la narración tengo mucho que decir por mi propia parte.
Durante el primer período de la epidemia yo andaba libremente por las calles, cuidándome siempre de no correr grandes riesgos, salvo cuando se cavó la gran fosa en el cementerio de nuestra parroquia de Aldgate. Se trataba de una fosa terrible y no podía dominar mi curiosidad. La primera vez que la vi tenía unos cien pies de largo, quince o dieciséis de ancho y una profundidad de más o menos nueve pies. Pero más tarde se dijo que una de sus partes se había cavado hasta casi veinte pies de profundidad, y que el agua impedía llegar más lejos. Al parecer ya habían sido cavadas otras grandes fosas, pues aunque la peste tardó en llegar a nuestro barrio, una vez que llegó no hubo en Londres
o sus alrededores parroquias tratadas con más violencia que las de Aldgate y Whitechapel.
Decía que ya habían sido cavadas muchas fosas en otros lugares cuando la peste se extendió entre nosotros, y sobre todo cuando empezó a circular la carreta de los muertos, lo que no ocurrió en nuestra parroquia hasta el principio de agosto. En cada una de estas fosas habían sido arrojados cincuenta o sesenta cadáveres. Después cavaron fosas más grandes en las que se enterraba todo lo que el carro transportaba cada semana, que, desde mediados a fines de agosto, consistió de doscientos a cuatrocientos cadáveres por semana. Si no pudieron hacerlas más grandes fue debido a las ordenanzas de los magistrados, que exigían que los cadáveres yacieran por lo menos a una profundidad de seis pies y como a los dieciocho pies se encontraba el agua era imposible ubicar más gente en las fosas. Pero al comenzar septiembre la peste reinó con tal furor que el número de muertos
en nuestra parroquia superó al de cualquier otra de Londres de su misma extensión. Fue entonces cuando se ordenó cavar ese espantoso abismo, porque era un abismo más que una fosa.