5 de abril de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

ENTREGA 05/04/2020

Otros colocaban avisos para atraer incautos hacia sus albergues, ofreciendo directivas y consejos para caso de infección. También tenían títulos especiosos, como éstos: «Eminente médico holandés, recién llegado de Holanda, donde residió durante toda la época de la gran peste del año último en Ámsterdam y curó a multitud de personas que estaban realmente apestadas.» «Dama italiana recién llegada de Nápoles, posee un raro secreto para evitar la infección, que descubrió gracias a su gran experiencia, y realizó allá maravillosas curaciones durante la última epidemia, en la que murieron 20.000 en un día.» «Anciana dama que ejercitó con gran éxito en la última plaga en esta ciudad, año 1636, da su consejo exclusivamente al sexo femenino. Dirigirse a... » «Médico experimentado, que estudió largamente la doctrina de los antídotos contra toda clase de veneno e infección, logró tras cuarenta años de práctica tal capacidad, que puede, con la bendición de Dios, enseñar los medios para evitar ser tocado por enfermedad contagiosa, cualquiera que ésta sea. A los pobres les enseña gratis.»
Anoto éstos a título de muestra. Podría ofrecerles dos o tres docenas de parecido tenor, y aun así me quedaría una abundante reserva. Pero unos pocos bastan para informar a todos del estado de ánimo de aquellos tiempos, y de cómo un hato de ladrones y rateros no sólo robaba y trampeaba su dinero a los pobres, sino que envenenaba sus cuerpos con abominables y fatales preparados; algunos en base a mercurio y otros con sustancias igualmente malas, completamente alejadas del fin pretendido, y más dañinas que útiles para el cuerpo en caso de que la infección sobreviniera.
No puedo omitir una sutileza mediante la cual uno de esos charlatanes engañaba a la pobre gente que se amontonaba a su alrededor, sin hacer nada por ella sino a cambio de dinero. Había agregado a los volantes que distribuía en las calles, esta frase en mayúsculas: «Aconseja a los pobres por nada».
En consecuencia, los pobres acudieron a él en abundancia. Les recitó cantidad de hermosos discursos, examinó el estado de su salud y la constitución de sus organismos, y les aconsejó hacer muchas cosas que no tenían gran importancia. Pero la ganancia y la conclusión de todo consistía en que él tenía un preparado, y que si ellos tomaban determinada cantidad todas las mañanas, él empeñaba su vida en garantía de que nunca padecerían la peste; no, aunque vivieran en una misma casa con gente infectada. Esto hizo que todo el mundo resolviera conseguir el brebaje; pero el precio era muy elevado, creo que media corona.
-Pero, señor -dice una pobre mujer-, soy pordiosera, mantenida por la parroquia, y sus avisos dicen que usted ayuda a los pobres por nada...
-Ay, buena mujer -dice el doctor-, eso es lo que hago, como lo anuncié. Doy mi consejo a los pobres por nada, pero no mi medicina.
-¡Vaya, señor! -dice ella-. Esto es una trampa, entonces. Porque lo que usted aconseja gratis es comprar su droga con dinero. Eso es lo que hacen todos los comerciantes con su mercadería.
Aquí la mujer empezó a decirle malas palabras, y se instaló ante su puerta todo el día, contando la historia a los que llegaban, hasta que el doctor, encontrando que ella espantaba a la clientela, se vio obligado a llamarla arriba otra vez y entregarle a cambio de nada la medicina que, sin duda, para nada sirvió, tampoco, cuando ella la tuvo.
Pero volvamos al pueblo, cuya confusión lo disponía a dejarse someter por toda clase de hipócritas y por cualquier impostor. No hay duda de que estos curanderos se alzaron con grandes ganancias sobre la turba miserable, porque las multitudes que corrían tras ellos crecían diariamente, y sus puertas estaban más abarrotadas que las del doctor Brooks, el doctor Upton, el doctor Hodges, el doctor Berwick o cualquier otro doctor, aunque fueran los más famosos de su época. Se me dijo que algunos de aquellos embaucadores sacaban cinco libras por día de su medicina.
Pero más allá de todo esto había aún otra locura, que puede servir para dar una idea del humor perturbado de la clase baja de la época; sucedió que seguían a una especie de mistificadores aún peor que los mencionados. Porque aquellos ladrones despreciables sólo les mentían para hurgarles los bolsillos y sacarles dinero, y en esos casos la maldad -cualquiera que fuese- se radicaba en el engañador, no en el engañado. Pero en los casos que voy a citar, la impiedad correspondía a la víctima, o a ambas partes por igual. El asunto consistía en usar talismanes, filtros, exorcismos, amuletos y yo no sé qué preparados, para fortificar con ellos el cuerpo contra la peste. Como si la plaga no viniera de la mano de Dios sino que fuese una especie de posesión por un espíritu maligno, que debía ser aventado con cruces, signos del zodíaco, papeles atados con cierto número de nudos, sobre los cuales se escribían ciertas palabras o se dibujaban ciertos signos, particularmente la palabra Abracadabra, dispuesta en forma de triángulo o pirámide.