16 de mayo de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 16/05/2020

Durante dos o tres días nadie reparó en ellos; pero de allí a poco un gran número de gente de la ciudad acudió a verlos, y toda la región se alarmó con su presencia. El pueblo temía acercárseles, y ellos a su vez querían mantener al pueblo a distancia, porque corría el rumor de que en Waltham y Epping había peste desde hacía unos dos o tres días. De modo que John les gritó que no pasaran adelante, diciéndoles:
-Aquí estamos sanos y salvos, y no queremos que vengan a contagiarnos la peste ni que salgan después a decir que nosotros se la hemos contagiado.
Llegados cerca de Epping, hicieron alto y eligieron un sitio conveniente en pleno bosque, no demasiado cerca del camino, pero tampoco demasiado lejos, hacia el norte, en un bosquecillo de árboles desmochados. Allí establecieron su campamento, consistente en tres anchas cabañas sostenidas con estacas, que el carpintero y sus ayudantes cortaron y fijaron en círculo. Los extremos fueron atados en su parte superior, y los costados fueron apuntalados con otras ramas; con haces de leña terminaron de cerrarlas y protegerlas. Tenían, además, una choza en la que vivían las mujeres, y una barraca para albergar el caballo. Ocurrió que al día siguiente, o subsiguiente, era día de feria en Epping. Allá fue el capitán John con un hombre y compró provisiones: pan, cordero y buey. Por su parte, dos de las mujeres fueron también, como si no pertenecieran al mismo grupo, y compraron otras cosas. John fue con el caballo para transportar sus compras y puso éstas en la bolsa de las herramientas del carpintero. El carpintero, a su vez, trabajó: hizo bancos y taburetes para sentarse, para lo cual empleó la madera que le ofrecía el bosque, y una especie de mesa para sentarse a comer.
Durante dos o tres días nadie reparó en ellos; pero de allí a poco un gran número de gente de la ciudad acudió a verlos, y toda la región se alarmó con su presencia. El pueblo temía acercárseles, y ellos a su vez querían mantener al pueblo a distancia, porque corría el rumor de que en Waltham y Epping había peste desde hacía unos dos o tres días. De modo que John les gritó que no pasaran adelante, diciéndoles:
-Aquí estamos sanos y salvos, y no queremos que vengan a contagiarnos la peste ni que salgan después a decir que nosotros se la hemos contagiado.
Tras lo cual aparecieron los oficiales y, a distancia, los interrogaron. Deseaban saber quiénes eran y. con qué derecho pretendían radicarse allí.
John respondió con toda franqueza que eran gente pobre de Londres impulsada por la aflicción y que, previendo la miseria a que quedarían reducidos si la peste se extendía por toda la ciudad, habían huido a tiempo para salvar sus vidas; que no contaban con relaciones ni influencias que pudieran proporcionarles un refugio, y que primeramente se habían detenido en Islington, pero que, como también esa ciudad había caído bajo la peste, habían huido más lejos aún. Temerosos de que los habitantes de Epping les negaran la entrada a la ciudad, habían alzado sus tiendas al aire libre, en el bosque, decididos a soportar los rigores de tan triste alojamiento antes que atemorizar a nadie con la idea de que ellos podían traer el mal. En un primer momento, los habitantes de Epping les hablaron con rudeza y les ordenaron marcharse de aquel lugar porque, dijeron, no era para ellos, y que si se consideraban sanos y salvos podían, pese a todo, hallarse enfermos sin saberlo y contaminar a toda la región y, por último, que allí no los tolerarían. John discutió con calma durante un buen rato, diciendo que ellos, los pobladores de Epping y de toda la comarca circundante, sólo subsistían gracias a Londres, ciudad a la que vendían el producto de sus tierras y de la que obtenían sus rentas. Grandes eran su dureza y su crueldad para con los londinenses, para con aquellos que tanto les habían hecho ganar. Seguramente no querrían que más tarde les fueran echadas en cara su barbarie, su inhospitalidad y su maldad para con la pobre gente de Londres que huía del terrible enemigo. La crueldad haría odioso el nombre de los habitantes de Epping en toda la capital y sería causa de que los lapidaran en medio de la calle cuando se aventuraran a ir al mercado. ¿Estaban seguros de que la epidemia no los alcanzaría también a ellos, tal como se decía que había alcanzado a los de Waltham? Y entonces, si algunos de ellos lograban huir antes de ser afectados, les parecería muy duro ver que se les negaba hasta la libertad de tenderse a descansar en pleno campo.