10 de mayo de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 10/05/2020


El soldado y el carpintero discutieron este punto durante un rato, y al final el soldado salió con la suya: sería una tienda. La única objeción estribaba en su transporte, que aumentaría considerablemente el equipaje, con el agravante de que hacía mucho calor. Pero al marino le ocurrió una cosa muy afortunada, que hizo fácil el problema: su patrón, que además de la fábrica de velas tenía una cordelería, era dueño de un caballito al que por entonces no ocupaba en nada, y deseoso de ayudar a los tres hombres, porque eran decentes, les regaló el caballo para que transportaran el equipaje. Luego, en pago de un pequeño trabajo de tres días que su obrero había realizado para él antes de decidirse a partir, les obsequió una vieja vela de gavia que, aunque gastada, era más que suficiente para hacer una bonísima tienda de campaña. El soldado les enseñó a cortarla, lo que hicieron bajo su dirección, y la fijaron a estacas. Ya se hallaban listos para emprender el viaje: tres hombres, una tienda de campaña, un caballo y un fusil, porque el soldado no quería partir sin armas, diciendo que había dejado de ser panadero para volver a convertirse en militar.
El carpintero llevaba unas cuantas herramientas que podían resultarle útiles, si llegaban a encontrar trabajo en alguna parte, para su subsistencia y la de sus compañeros. Pusieron su dinero en una bolsa común y echaron a andar. En la mañana de su partida el viento soplaba del noroeste, al decir del marino, que había consultado su brújula de bolsillo. De manera que se dirigieron, mejor dicho, decidieron dirigirse hacia el noroeste. Pero ahí se toparon con una dificultad. Se dirigían hacia la parte cercana a Wapping, cerca del Hermitage, y allí la peste arreciaba con violencia, sobre todo en el norte de la ciudad, como en las parroquias de Shoreditch y Cripplegate. No juzgando prudente aproximarse a aquellos barrios, tomaron hacia el este, por Ratcliff Highway, hasta la cruz de Ratcliff, dejando a la izquierda la iglesia de Stepney para evitar ir de la cruz de Ratcliff a MileEnd, ya que esto los habría llevado a pasar frente al cementerio, y también a causa del viento, que parecía soplar más hacia el oeste, pero que venía directamente del costado de la ciudad donde la peste adquiría mayor violencia.
Por tanto, dejando Stepney, dieron un largo rodeo por Poplar y Bromley, y fueron a parar al camino real, justamente en Bow.
Debido a que la guardia apostada en el puente de Bow podía presentarles problemas, dejaron el camino y tomaron una senda que llevaba de Bow a Old Ford, en donde más se acercan ambas ciudades; de este modo soslayaron las averiguaciones y se pusieron en camino hacia Old Ford. Los oficiales de policía abundaban por doquier, no tanto, al parecer, para detener a la gente que pasaba, sino para impedir que nadie fuera a radicarse en su ciudad y esto debido a un informe que circulaba desde hacía cierto tiempo (lo que en verdad no parece improbable) sobre la gente pobre de Londres, la cual, hambrienta y reducida a la mayor miseria por el desempleo y la escasez, se había vuelto revoltosa y parecía dispuesta a irrumpir en todas las ciudades vecinas, para saquearlas. Un simple rumor, al fin y al cabo, y demos gracias de que no haya sido más que eso. Pero aquel rumor no estaba tan lejos de la realidad como podría pensarse, ya que algunas semanas más tarde fue preciso impedir, claro que al precio de las mayores dificultades, que la gente, desesperada por la calamidad que soportaba, invadiese los campos y las ciudades para arrasar con cuanto encontrara. Pero fue la violencia de la peste lo que en rigor la contuvo. La peste se desencadenó sobre aquellos hombres y mujeres con tal violencia, con tal encarnizamiento, que fueron a parar por millares a la tumba antes que -sublevados- a los campos. En los barrios vecinos a las parroquias de St. Sepulcre, Clerckenwell, Cripplegate, Bishopsgate y Shoreditch, esto es, en aquellos cuyo populacho comenzaba a hacerse peligroso, la epidemia azotó con tanta furia, que en esas pocas parroquias, aun antes de que la peste hubiera alcanzado su apogeo, murieron no menos de 5361 personas durante las tres primeras semanas de agosto, mientras que por esa misma fecha los alrededores de Wapping, Ratcliff y Rotherhite apenas fueron, según ya dije, ligeramente afectados. En resumen, si es verdad que la buena administración del Lord Mayor y sus oficiales hizo mucho por impedir que el furor y la desesperación del pueblo desencadenasen la confusión, el desquiciamiento y, en una palabra, el saqueo de los ricos por los pobres, no menos cierto es que la carreta de la muerte hizo mucho más. Ya he dicho, en efecto, que sólo en aquellas cinco parroquias se contaron más de 5000 muertos en veinte días, lo que probablemente representa el triple de contagiados, sólo que algunos de éstos sanaron y muchos otros fueron cayendo enfermos poco a poco y murieron bastante después. Debo añadir que si el registro obituario denunciaba 5000, en realidad debía de haber dos o tres veces. No era posible creer en la exactitud de las cifras, porque aquella situación no era la más indicada para llevar un registro estricto en medio de la confusión reinante.