9 de mayo de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 09/05/2020


Esto ocurría a comienzos de julio, cuando la peste se propagaba hacia el oeste y el norte de la ciudad, y sin embargo Wapping, como ya he dicho, y Redriff, y Radcliff, y Limehouse, y Poplar -en resumen, Deptford, Greenwich, las dos márgenes del río desde Hermitage, y del otro lado hasta Blackwall-permanecían completamente a salvo. Ni uno solo de sus habitantes había sucumbido de peste en toda la parroquia de Stepney, ni en la parte sur de la ruta de Whitechapel, ni en otra parroquia alguna, y no obstante el boletín semanal hacía llegar el número de muertos a 1006.
Una quincena transcurrió antes de que los dos hermanos volvieran a encontrarse. La situación había cambiado un poco. Como la peste había progresado sobremanera, el número de defunciones había aumentado considerablemente. El boletín declaraba 2785, aumento prodigioso, aunque las dos riberas continuasen manteniéndose bastante bien, como antes. Había habido algunos decesos en Redriff, y más o menos cinco o seis sobre el camino de Radcliff, cuando el fabricante de velas, asaltado por el temor, salió formalmente en busca de su hermano. Se le advirtió que no debía contar con más de una semana de alojamiento. John se hallaba, pues, muy malparado: puesto de patitas en la calle, hubo de rogar a su patrón que lo autorizara a alojarse en una dependencia de la fábrica, donde dormía sobre un poco de paja apenas
cubierta con unas bolsas para bizcochos (o sacos para pan, como se las llamaba), tapándose con otras pocas bolsas.
Entonces, viendo que todos los trabajos se daban por concluidos, y puesto que ya no podían contar con ocupación alguna ni, por supuesto, con un salario, resolvieron huir de la terrible epidemia y convertirse en buenos ecónomos, a fin de vivir con lo que poseían el mayor tiempo posible; además, resolvieron trabajar en lo que pudieran hallar.
Buscaron los medios mejores de llevar a la práctica su resolución, y el tercer personaje, muy vinculado al fabricante de velas y sabedor ya de los proyectos de los hermanos, logró unirse a éstos.
Dieron comienzo a los preparativos de su partida. Sus aportes pecuniarios no eran iguales; pero el fabricante de velas, que fue quien aportó la suma mayor, era, su lesión aparte, el menos apto para conseguir trabajo en el campo, y aceptó el fondo común, con la condición de que las ganancias, si alguno de ellos llegaba a ganar más que los otros, irían a parar sin vacilación a la bolsa de los tres.
Resolvieron cargar con el menor bagaje posible a fin de recorrer a pie, si podían, un trayecto lo suficientemente grande para sentirse realmente a resguardo. Tuvieron no pocos conciliábulos acerca de la dirección que debían tomar, y tantos fueron sus desacuerdos, que en la mañana misma de su partida aún no habían adoptado una decisión.
Por fin, el marino hizo una sugerencia que los decidió:
-En primer lugar -dijo-, hace mucho calor, de manera que soy de opinión de caminar hacia el norte, para evitar que el sol nos castigue el, rostro y el pecho, lo cual nos sofocaría y podría insolarnos. He oído decir -añadió-que no es bueno andar con la sangre caliente en momentos en que, por lo que sabemos, la epidemia está en el aire. Por otra parte, me parece discreto tomar una dirección opuesta a la del viento que podría soplar cuando nos pusiéramos en camino, para que no tengamos a nuestras espaldas el aire de la ciudad. . Ambos consejos fueron aprobados, con la
condición de que pudieran ponerse de acuerdo y de que el viento no soplara del sur cuando se pusieran en camino hacia el norte.
John, el panadero, el ex soldado, emitió entonces su opinión:
-Ante todo -dijo-, ninguno de nosotros espera hallar un albergue en el camino, y sería un poco duro acostarse bajo las estrellas. Por más que el tiempo sea caluroso, puede volverse húmedo y lluvioso. En este momento tenemos una razón de más para cuidar de nuestra salud. Por lo tanto, el hermano Tom, que sabe fabricar velas, fácilmente podrá hacernos una tienda de campaña, que yo me encargo de armar todas las noches y de desarmar por la mañana, ¡y al diablo con todas las posadas en Inglaterra! Con una buena tienda, ya podemos irnos.
El carpintero intervino y les dijo que dejaran eso por su cuenta, que cada noche les construiría una casa con su hacha y su martillo, sin necesidad de otras herramientas, y que ésta los satisfaría por completo, tanto o más que una tienda de campaña.