12 de mayo de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 12/05/2020

Tras estas palabras comenzaron los tratos entre el carpintero, que se llamaba Richard, y uno de aquellos hombres, que dijo llamarse Ford.
FORD: ¿Nos aseguran estar en perfecto estado de salud?
RICHARD: Claro que sí, no se inquieten. No corren el menor peligro. Ya les digo, no hemos hecho uso de este granero, y ahora mismo vamos a mudarnos para que todos nos sintamos tranquilos.
FORD: Es muy amable y muy caritativo. Pero desde el momento en que nos basta con saber que están ustedes sanos y a salvo de la enfermedad, ¿por qué iríamos a incomodarlos, ahora que ya están instalados y probablemente a punto de entregarse al reposo? Si les parece bien, vamos a entrar en el granero para descansar un poco, sin necesidad de incomodarlos.
RICHARD: Bien, pero ustedes son muchos. Desearíamos tener la plena seguridad de que todos están sanos, ya que tanto peligro hay de ustedes a nosotros como de nosotros a ustedes.
FORD: ¡Dios sea loado si unos pocos se salvan, aunque sólo sea una minoría! Qué será de nosotros, lo ignoramos; pero hasta ahora hemos sido protegidos.
RICHARD: ¿De qué parte de la ciudad vienen? ¿Ya la peste había llegado al sitio en donde vivían?
FORD: ¡Oh, oh, y de qué manera, terrible, espantosa! De no ser así, no habríamos huido. Pensamos que de los que han quedado atrás muy pocos escaparán.
RICHARD: ¿De qué barrio vienen?
FORD: La mayoría de nosotros, de la parroquia de Cripplegate, y solamente dos o tres de Cleckenwell, pero de la parte exterior.
RICHARD: ¿Y cómo se explica entonces que no se hayan marchado antes?
FORD: Hace ya algún tiempo que salimos, y vivíamos lo mejor que podíamos, todos juntos, de este lado de Islington. Se nos había permitido ocupar una vieja casa deshabitada; allí teníamos camas y algunos objetos de primera necesidad, que nosotros mismos habíamos llevado. Pero también en Islington se declaró la peste; y cuando vimos que la casa contigua a la nuestra era clausurada, tuvimos miedo y huimos.
RICHARD: ¿En qué dirección van?
FORD. ¡A donde la suerte nos lleve! No lo sabemos. Dios guiará los pasos de los que se miran en Él.
Y no hablaron más. Pero todos entraron en el granero y se acomodaron en él, aunque con algunas dificultades. Allí no había más que heno, pero en gran cantidad. Se acomodaron lo mejor que pudieron y se echaron a descansar. Pero nuestros viajeros observaron que, antes de acostarse, un anciano, que parecía ser el padre de una de las mujeres, oró con toda la compañía y se encomendó a la Providencia, para que Ella los bendijera y guiara.
Por entonces amanecía muy temprano. Como Richard, el carpintero, había montado guardia durante la primera parte de la noche, John, el soldado, lo relevó y ocupó su lugar por la mañana. Así comenzaron a trabar conocimiento unos con otros. Parecía que al abandonar Islington habían tenido la intención de ir más al norte de Highgate, pero fueron detenidos en Holloway y no los dejaron pasar. Entonces se dirigieron a campo traviesa hacia el este y llegaron a Boarded River, soslayando los poblados y dejando a Homey a la izquierda y a Newington a la derecha, para desembocar en el camino real hacia la colina de Stampford, por el lado opuesto a aquel de donde venían nuestros tres peregrinos. Y ahora tenían la idea de cruzar el río y dirigirse a Epping Forest, donde esperaban que les permitiesen descansar. No parecían pobres, o por lo menos no tanto que pasasen necesidades. Tenían de sobra con qué subsistir durante unos dos o tres meses y esperaban que para entonces el tiempo frío pondría coto a la epidemia, o al menos que la violencia de ésta menguaría, acaso por falta de nuevas víctimas a las cuales infectar.
Era casi la misma suerte de nuestros tres viajeros, salvo que parecían mejor equipados para el viaje y tenían la intención de ir más lejos. Con todo, su primer propósito consistía en no alejarse más de veinticuatro horas del camino, a fin de tener cada dos o tres días noticias de lo que ocurría en Londres.