13 de mayo de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 13/05/2020

Pero he aquí que nuestros tres viajeros encontraron una dificultad imprevista en su caballo, ya que éste, que cargaba sus equipajes, los obligaba a mantener su ruta, en tanto que la gente del otro bando atravesaba campos y collados hubiera o no caminos, hubiera o no senderos, como mejor les venía en gana, sin pasar por los sitios poblados, o acercándose a éstos no más que para comprar aquello que necesitaban para su subsistencia. Nuestros viajeros no podían abandonar el camino, por miedo a causar daños en aquella región al echar abajo empalizadas o vallas para atravesar los campos cercados, lo que no deseaban hacer siempre que pudieran evitarlo.
Sin embargo, sentían verdaderas ganas de unirse a aquel grupo y hacer suerte común con sus componentes. Después de algunas discusiones, renunciaron a su primer proyecto, que los llevaba hacia el norte, y se resolvieron a seguir a los otros hacia Essex. Esa mañana desarmaron su tienda, acomodaron las cargas en el caballo y se pusieron en camino todos juntos.
No pocas molestias tuvieron para tomar la barca a fin de cruzar el río: el barquero se asustó, y debieron parlamentar con él guardando cierta distancia. Aquel lobo de río se resignó al fin a llevar su embarcación a un lugar apartado del derrotero habitual y dejarla allí para que los peregrinos pudieran valerse de ella. Les ordenó que se la dejaran atracada en la otra orilla, con la explicación de que él contaba con otra para ir en su busca. Pero parece que no lo hizo antes de ocho días.
Una vez recibido el dinero, el barquero trajo y depositó para ellos en la embarcación una reserva de víveres y bebidas, no sin haberse hecho pagar por adelantado. Pero los viajeros se vieron en serios apuros para embarcar el caballo, pues la barca era muy pequeña y absolutamente inadecuada para semejante carga. Por fin decidieron hacerlo cruzar el rio a nado.
Al abandonar la ribera se dirigieron hacia el bosque, pero al llegar a Walthamstow los habitantes de la ciudad se negaron a recibirlos, tal cual ocurría en todas partes. Los condestables y guardias los mantuvieron a distancia mientras hablaban con ellos. Narraron su historia de la misma manera que antes, pero ocurría que ya habían pasado por allí dos o tres grupos de peregrinos con el mismo discurso, lo que no había impedido la contaminación de varias personas en las ciudades por donde habían pasado. Y estos grupos habían sido más tarde muy mal tratados, tanto en la campiña (lo que era justicia) como en los alrededores de Brentwood, o por lo menos en la región: varias personas habían sucumbido en el campo, sin que pudiera decirse si debido a la peste, a la miseria o simplemente a la privación.
De modo que los habitantes de Walthams-tow tenían buenas razones para ser prudentes y no recibir a nadie que no les ofreciera una cabal seguridad. Por eso, como dijo el carpintero Richard y uno de los otros hombres que parlamentaron con aquéllos, no era motivo para bloquear los caminos y negar el derecho de tránsito a personas que sólo pedían atravesar la ciudad. Si la población les temía, con entrar en sus casas y cerrar las puertas; asunto arreglado: ellos no andarían ni con cumplidos ni con impertinencias, sino que se limitarían a continuar su viaje. El condestable y sus asistentes, sin dejarse persuadir por ningún razonamiento, se obstinaban en su idea y no atendían nada de nada, hasta que los dos hombres destacados para parlamentar regresaron hacia sus compañeros a fin de discutir lo que había que hacer. El panorama era, en conjunto, decepcionante, y aquella gente vaciló durante un largo rato. Pero por fin John, el soldado panadero, después de reflexionar unos instantes dijo:
-¡Vaya! Déjenme que yo termine este asunto.
Era su primera aparición. Hizo cortar unas cuantas ramas largas y les dio, lo más que pudo, forma de fusil. De allí a un rato se encontró ante cinco o seis mosquetes, que a cierta distancia no se podían reconocer. Envolvió con unos trapos la parte que representaba el gatillo, como hacen los soldados para resguardar del moho sus armas cuando hay mucha humedad. El resto fue disimulado con el barro o la arcilla que pudieron encontrar. Entretanto los otros, siguiendo sus instrucciones, se sentaron bajo los árboles en grupos de dos o tres y encendieron fogatas a cierta distancia uno de otros.