14 de mayo de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 14/05/2020

Dos o tres de ellos se adelantaron y armaron la tienda de campaña en el camino, a la vista de la barrera levantada por los habitantes de la ciudad. Apostaron delante de ella a un centinela con el fusil verdadero, el único que poseían. El centinela iba y venía, con el fusil al hombro, para que la gente de la ciudad lo viera bien. También ataron el caballo a un seto cercano, recogieron trozos de madera seca y encendieron una fogata del otro lado de la tienda, de manera que los pobladores vieran el fuego y el humo sin poder distinguir lo que ocurría alrededor. La gente del lugar los observaba con suma atención; por lo que veían, no podían dejar de suponer que se trataba de muchos. Y comenzaron a sentirse molestos al ver que los viajeros no se movían de allí. Comprendieron, sobre todo que éstos contaban con caballos y armas, pues habían visto un fusil y un caballo junto a la tienda y que algunos hombres cruzaban el campo del otro lado del seto, a lo largo del camino, con su mosquete al hombro (al menos, eso era lo que creían). Ante semejante visión, se alarmaron y el pánico se apoderó de ellos. Es indudable que partieron en busca del juez de paz, para saber qué debían hacer. Ignoro lo que aquel juez les aconsejó, pero al caer la noche llamaron desde la barrera al centinela apostado frente a la tienda de campaña. Parece que John estaba dentro de la tienda, pero al oírlos llamar salió, con su fusil al hombro, y se puso a hablar como si hubiera sido un centinela apostado allí por un oficial.
-¿Qué quieren? -dijo John
-¡Vamos a ver! -preguntó el condestable-. ¿Qué piensan hacer?
-¿Qué pensamos hacer? ¿Y qué quieren que hagamos?
CONDESTABLE: ¿Por qué no se han marchado? ¿Por qué se quedan aquí?
JOHN: ¿Por qué nos cortan el paso por el camino real y pretenden negarnos el derecho de seguir nuestro camino?
CONDESTABLE: No tenemos que rendirles cuenta, y además ya les hemos dicho que es debido a la peste.
JOHN: Y nosotros ya les hemos respondido que estamos sanos y a salvo de la peste. Lo que no teníamos la obligación de decirles, y encima pretenden detenernos.
CONDESTABLE: Tenemos el derecho de hacerlo; nuestra propia seguridad nos obliga a ello. Además, este no es el camino real; es un camino vecinal. ¿Ven esa puerta? Cuando permitimos que la gente la atraviese, le cobramos un derecho de peaje.
JOHN: Tenemos tanto derecho a buscar nuestra seguridad como ustedes a buscar la suya, y ya están viendo que huimos para salvar nuestra vida. No es cristiano ni justo detenernos aquí.
CONDESTABLE: Pueden regresar al lugar de donde vienen, no se lo impedimos.
JOHN: No. Un enemigo mucho más fuerte
que ustedes nos lo impide, sin lo cual no habríamos venido a parar aquí.
CONDESTABLE: Entonces pueden tomar cualquier otro camino.
JOHN: ¡No y no! Pienso que ya se habrán dado cuenta de que podríamos mandarlos a pasear, a usted y a toda la gente de esta parroquia, y atravesar la ciudad cuando se nos diera la gana; pero ya que nos detienen en este sitio, conformes, estamos satisfechos. Ya lo ve: hemos armado nuestro vivac y deseamos quedarnos aquí. Esperamos que ustedes nos abastezcan.
CONDESTABLE: ¿Abastecerlos? ¿Pero cómo se le ocurre?
JOHN: ¡Vaya!, no querrán dejarnos morir de hambre, ¿no? Puesto que nos detienen acá, deben alimentarnos.
CONDESTABLE: Les aseguro que si su subsistencia corre por cuenta nuestra, se verán muy mal atendidos.
JOHN: Si nos ponen a ración, sabremos qué partido tomar.
CONDESTABLE: ¡Cómo! ¿Acaso pretenden acuartelarse aquí por la fuerza?
JOHN: Nadie ha mencionado aún la fuerza. ¿Por qué quiere obligarnos a hacerlo? Yo soy un viejo soldado y no he de morir de hambre. Si cree que nos forzará a volver sobre nuestros pasos por falta de víveres, se equivoca.
CONDESTABLE: Puesto que nos amenaza, procuraremos tomar las medidas más severas posibles. Tengo orden de sublevar a todos los habitantes de esta región contra ustedes.
JOHN: Usted es quien amenaza, no nosotros. Y ya que le gusta discutir, permítame decirle que no le daremos tiempo de arrestarnos. Vamos a ponernos en marcha dentro de unos minutos.
CONDESTABLE: ¿Qué quieren de nosotros?
JOHN: Antes que nada, autorización para atravesar la ciudad. No haremos daño a ningún habitante. Nadie tendrá de qué quejarse, nadie sufrirá la menor pérdida por el hecho de nuestro paso. No somos ladrones; sólo somos una pobre gente afligida que huye de la terrible peste de Londres, la que cada semana devora millares y millares de víctimas. Nos preguntamos cómo pueden ser ustedes tan despiadados.
CONDESTABLE: El instinto de conservación nos obliga a serlo.
JOHN: ¡Cómo! ¿Los obliga a cerrar el corazón ante semejante miseria?
CONDESTABLE: Veamos. Si aceptan pasar a campo traviesa por la izquierda de donde se encuentran ahora, detrás de esta parte de la ciudad, trataré de que les abran las puertas.
JOHN: Nuestra caballerías no puede pasar por ahí con todo su bastimento. Y además nos aparta de la ruta que llevamos. ¿Por qué quiere forzarnos a tomar otro camino? Por otra parte, hemos permanecido aquí toda la jornada sin más provisiones que las que traíamos. Considero que deberían enviarnos víveres para reanimarnos.
CONDESTABLE: Si toman otro camino, les enviaremos víveres.
JOHN: Es el mejor medio que tienen todas las ciudades del condado para cerrarnos los caminos.
CONDESTABLE: Pero si todas los abastecen, no será tan malo. Estoy viendo que cuentan con tiendas de campaña, de manera que no necesitan alojamiento.
JOHN: Bien. ¿Y qué cantidad de víveres están dispuestos a enviarnos?
CONDESTABLE: ¿Cuántos son?
JOHN: No pedimos víveres para todos. Somos tres compañías. Si aceptan enviarnos pan para veinte hombres y unas seis o siete mujeres, para tres días, y mostrarnos el camino a campo traviesa que me ha mencionado, no tenemos la intención de seguir asustando a toda esa gente. Y para demostrarles nuestro reconocimiento, nos apartaremos de nuestra ruta, aunque estemos tan sanos como ustedes.
CONDESTABLE: ¿Me da la seguridad de que ninguno de sus compañeros volverá a provocarnos molestia alguna?
JOHN: Por supuesto. Puede creerme.
Condestable: Debe además vigilar para que no traspasen ni un solo paso el sitio en donde dejaremos las provisiones que les daremos.
JOHN: Respondo de ello.
El condestable y su gente enviaron, pues, al campamento, veinte hogazas de pan y tres o cuatro cuartos de buey y abrieron las puertas para que pasaran los viajeros. Pero ninguno de los pobladores tuvo el coraje de mirarlos desfilar; y como era de noche, por mucho que los hubieran mirado habría sido imposible, pese a todo, advertir qué pocos eran.