31 de mayo de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 31/05/2020

No he de afirmar, como han hecho otros, que Dios no permitió que ninguna de aquellas caritativas personas fuese azotada por la calamidad. Pero sí puedo decir que no he sabido que ninguna de ellas haya sucumbido, cosa que destaco para dar ánimos en caso de que una desgracia similar volviera a aquejarnos. Y si quien da a los pobres le presta a Dios, no hay duda de que quienes arriesgaron su vida por dar a los pobres, así como quienes los asistieron y consolaron en semejante aflicción, pueden esperar ser protegidos en su obra.
Aquella altísima caridad no fue el hecho de un número reducido de personas, y (no puedo tratar este punto a la ligera, rápidamente) la caridad de los ricos, tanto en la ciudad y sus aledaños como en el campo, fue tan grande, que subvino a las necesidades de un número prodigioso de personas que, de otro modo, habrían irremediablemente muerto de privaciones tanto como por culpa de la enfermedad. Aunque ni yo ni nadie hayamos podido tener jamás un conocimiento exacto de lo que se distribuyó, creo, no obstante -como le oí decir a un observador más bien pesimista-, que no fueron varios miles de libras, sino varias centenas de miles de libras las que se entregaron para alivio de los pobres de aquella ciudad tan lastimosamente consternada. Hasta se me afirmó que podían estimarse en más de cien mil libras por semana las sumas distribuidas por los mayordomos en las roperías parroquiales, por el Lord Mayor y sus regidores en diversos barrios y distritos y por la dirección particular de la corte y los jueces de paz en sus respectivas jurisdicciones, aparte lo que la caridad privada distribuía por manos piadosas en la forma que ya he mencionado. Y esto continuó durante varias semanas consecutivas.
Confieso que es una suma muy grande. Pero sí es cierto que sólo en la parroquia de Cripplegate se distribuyeron en una semana, como oí decir, 17.800 libras para alivio de los pobres, cosa que creo exacta, entonces la otra cifra no es inverosímil.
De entre los muchos concursos caritativos que corrieron a auxiliar a la ciudad no se sabe cuál considerar, porque todos merecen ser señalados. Pero cosa notabilísima es que Dios haya querido predisponer los corazones, en todas las partes del reino, a la jubilosa asistencia y socorro de los pobres de Londres, lo cual tuvo tan felices como variadas consecuencias y ayudó, sobre todo, a preservar o devolver la salud a millares de seres y a resguardar de la muerte y el hambre a tantísimas familias.
Y ya que estoy hablando de las misericordiosas disposiciones de la Providencia durante aquella calamidad, no puedo dejar de mencionar nuevamente, aunque ya haya hablado de ello varias veces con otros motivos, la marcha de la enfermedad. Apareció en un extremo de la ciudad y fue ocupándola lentamente, por grados, de una punta a la otra, tal como una nube sombría que va pasando sobre nuestra cabeza y deja ver un rincón del cielo, mientras oscurece por el otro lado toda la atmósfera. Así la peste, al avanzar con toda su violencia hacia el levante, decrecía en el poniente, gracias a lo cual los barrios de la ciudad que aún no habían caído bajo su azote, o aquellos otros a los que abandonaba después de haber descargado sobre ellos su furor, podían ayudar y socorrer a los otros. Si la enfermedad se hubiera propagado a un mismo tiempo por toda la ciudad y sus aledaños, azotando por doquier con la misma violencia, tan cual se produjo en ciertas ciudades del extranjero, la población habría sucumbido, veinte mil personas habrían muerto cada día -como dicen que ocurrió en Nápoles- y la gente no habría podido ayudarse y socorrerse.
Porque cabe advertir que allí en donde la peste desplegaba toda su fuerza, la situación del pueblo era miserable y la consternación era indecible. Pero un poco antes de haber conquistado esa plaza, o tan pronto como la había abandonado, los habitantes eran completamente distintos. Debo reconocer que en aquella época hallábamos con harta frecuencia entre nosotros ese carácter común a toda la humanidad, que consiste en olvidar la liberación tan pronto como el peligro ha pasado. Pero volveré a hablar de estas cosas.